Gallo era muy presumido y alardeaba demasiado de su potencia sexual. Un
día tuvo que salir de su pueblo en busca de trabajo porque todo le iba
muy mal, ya que una gran sequía azotaba la zona. Se encontró con Shangó,
su viejo amigo, que le preguntó:
–¿Cómo van las cosas por tu pueblo?
–Aquello es magnífico –contestó Gallo–, las mujeres paren hasta cuatro
veces al año, los árboles dan unos frutos inmensos, los animales
engordan cada día. Hasta corre un río de dinero por las calles.
Shangó, que sabía perfectamente lo que sucedía en el pueblo y había
querido poner a prueba la lealtad y sinceridad de su amigo, contestó:
–Eres un gran mentiroso. Te condeno a que nunca más sientas placer con tus mujeres.
Gallo continuó montando a las gallinas, pero como lo habían castigado,
no experimentaba ninguna sensación agradable, aunque lo hacía una y otra
vez, esperando quizás un perdón que nunca llegó.
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