El pueblo hablaba mal de Orula y le deseaba la muerte, pero Orula, que
es adivino, se había visto la suerte en el tablero con sus dieciséis
nueces y había decidido que tenía que hacer una ceremonia de rogación
con un ñame, y luego, con los pelos de la vianda, untarse la cara. Fue
por eso que cuando Ikú vino por primera vez preguntando por Orula, él
mismo le dijo que allí no vivía ningún Orula y la Muerte se fue.
Ikú estuvo averiguando por los alrededores y se dio cuenta de que Orula
lo había engañado, por lo que regresó con cualquier pretexto, para
observarlo de cerca, hasta tener la certeza de que se trataba del sujeto
que estaba buscando para llevarse.
Orula, cuando la vio regresar, ni corto ni perezoso, la invitó a comer y le sirvió una gran cena con abundante bebida.
Tanto comió y bebió Ikú, que cuando hubo concluido se quedó dormida. Fue
la oportunidad que aprovechó Orula para robarle la mandarria con que
Ikú mataba a la gente.
Al despertar, Ikú notó que le faltaba la mandarria. Al pensar que sin
este instrumento ella no era nadie, le imploró a Órula que se la
devolviera.
Después de mucho llorar, Órula le dijo que se la devolvería si prometía
que no mataría a ninguno de sus hijos, a menos que él lo autorizara.
Desde entonces la Muerte se cuida mucho de llevarse al que tiene puesto
un idé de Orula.
0 comentarios:
Publicar un comentario