Oshún había acabado de dar a luz a los Ibeyis y su cuerpo comenzó a
perder la forma agradable y tersa que tanto gustaba a los hombres. Ya su
vientre no era aquel que tanto se disputaron los más apuestos varones.
Se pasaba los días mirándose en el espejo y no cesaba de llorar ni de
buscar los más disímiles remedios para recuperar la belleza perdida.
Ensayó baños que le recomendaron y se procuró yerbas de distintas
procedencias y propiedades. Pero todo resultaba inútil.
Al fin, se le ocurrió que comenzaría a aplanarse el vientre con un
objeto redondo y fue al bosque en busca de algún fruto que tuviera el
tamaño adecuado para ello.
Allí encontró la güira, pero tras varios días de uso, el fruto empezó a
secarse y las semillas que llevaba en su interior sonaban. Aquello
perturbaba tanto a la diosa que desistió de seguir usando un instrumento
tan molesto.
A los pocos días se puso a caminar y en un yerbazal cerca de su casa
encontró un fruto parecido a la güira pero amarillo, que es su color
preferido. Comenzó a frotarse el vientre con él y resultó de su agrado.
Fue así que, Calabaza, le sirvió a Oshún para recuperar la belleza de su
figura y desde entonces se convirtió en su protegida.