Ogberoso siempre andaba por el monte de cacería, en compañía de un
amigo. Como su puntería era mejor cada día, aumentaba la cantidad y
calidad de las piezas capturadas. Al amigo se le despertó la envidia.
Un día, aprovechando su confianza, le echó unos polvos en la cara, lo dejó ciego y luego lo abandonó en la espesura del monte.
Ogberoso anduvo vagando de un lado para otro, tropezando con las raíces
de los árboles y los troncos caídos, rodando por la tierra y el fango,
hasta que pudo irse acostumbrando a caminar en la maleza.
Cansado, se sentó bajo un árbol. Como conocía el lenguaje de los
pájaros, oyó dos aves que conversaban animadamente sobre las virtudes de
ciertas plantas.
Interesado el cazador, ahora ciego, en la charla de los animales escuchó
cómo una de ellas hablaba sobre cierta hierba que era buena para la
ceguera y otra que curaba las hemorroides.
A tientas, entre los altos matorrales del monte, Ogberoso, que era muy
conocedor de la naturaleza, pudo identificar la planta que, según los
pájaros, era buena para su mal.
Exprimió la planta sobre sus ojos y poco a poco fue recobrando la
visión. Luego buscó la que era buena para curar las hemorroides, la puso
en su cartera y partió de allí.
Sin saberlo, se había alejado mucho del pueblo en que vivía, por lo que siguió caminando por el primer trillo que encontró.
Al fin, llegó a un pueblo desconocido para él. Allí escuchó que el rey tenía un padecimiento que nadie le había podido curar.
Cuando el cazador supo que el padecimiento del rey era de hemorroides,
se presentó en palacio y le dijo que tenía la cura para su enfermedad.
El rey quedó muy agradecido y de aquí le vino a Ogberoso su suerte
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