Hace mucho tiempo un hombre que era
cojo, manco y tuerto, pero también poseedor de los secretos de las
plantas, sus usos y aplicaciones, así como del lenguaje de todos los
pájaros y los animales del monte, vivía en la tierra de los congos.
Su hogar era humilde, y a pesar de que todos le consultaban en busca
de remedios para sus males o de alguno de los encantamientos para
resolver sus situaciones personales, le pagaban muy poco, por lo que
pasaba hambre y sufría todo tipo de privaciones.Enterado Orula de la existencia del sabio, ideó incursionar en los tupidos bosques del Congo para encontrarlo. Muchos días caminó el adivino por debajo de inmensos y centenarios árboles que parecían desafiar al cielo con su grandeza.
Al fin, una mañana divisó una choza y se encaminó hacia ella para ver si obtenía algo de comer. Un hombre lisiado y con una voz gangosa, abrió la puerta y lo invitó a pasar, le brindó algunas viandas y un poco de café.
Cuando la vista del adivino se acostumbró a la semipenumbra de aquel lugar pudo divisar cazuelas y calderos llenos de palos y también güiros que colgaban del techo, adornados con plumas de las más diversas aves, ya no le cupo la menor duda: aquel sujeto era el brujo que él estaba buscando.
Hablaron largamente, Orula no podía esconder su enfado por las condiciones miserables en que se encontraba el sabio. Le propuso entonces que fuera a vivir con él en la ciudad de Ifé, donde había grandes palacios, calles entabladas y donde podrían, con sus conocimientos ayudar a la humanidad.
Osain consintió y le confesó que desde hacía mucho tiempo tenía pensado abandonar aquel sitio pero no había encontrado antes la oportunidad. Desde entonces Osain vivió con Orula, tuvo ropas limpias, comida abundante y fue muy feliz.
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