Se encontraba lejos de casa y se quedó
sin dinero pero conocía el camino de vuelta y su único obstáculo era
cruzar un río, así que emprendió el regreso. Ella sabía que el orisha
Aggayu era el encargado de hacer pasar las personas al otro lado del río
y creía que no tendría inconveniente en dejarla cruzar sin pagar el
precio estipulado. Cuando Yemmu llegó al trasbordador, le explicó al
orisha Aggayu que no tenía dinero y le pidió que la dejara pasar gratis.
Cual no sería su sorpresa al ver que Aggayu se negó rotundamente y le
exigió el pago correspondiente. Ante esta situación, Yemmu desesperada,
le propuso a Aggayu acostarse con él, como pago para poder cruzar el
río.
Aggayu dudó un poco, sobre todo pensando
en Obatala, el esposo de Yemmu, pero como hacía mucho tiempo que no
estaba con una mujer y ella era muy hermosa, accedió a su propuesta.
Cuando Yemmu regresó a su casa, se
enteró de que Eleggua había curado a Olofin y todo volvió a la
normalidad. Varios meses después, Yemmu se dio cuenta de que estaba
embarazada y como hacía mucho tiempo que no se acostaba con su esposo ya
que éste estaba muy ocupado en resolver los problemas de la humanidad,
tuvo la certeza de que el padre de su hijo era Aggayu.
Obatala se percató de que su esposa
había cambiado y que estaba triste por lo que le preguntó qué le pasaba.
Yemmu, entre sollozos, le confesó lo ocurrido y Obatala a pesar de su
aflicción, demostró su buen corazón y la perdonó prometiendo cuidar del
niño que esperaba como se fuera su propio hijo.
Yemmu dio a luz a un niño al que llamó
Shango que con el tiempo se convirtió en el favorito de Obatala. Un día,
el secreto de Yemmu se descubrió y Shango se enteró de que Obatala no
era su verdadero padre. El niño le preguntó a su padre quien se lo
confirmó, pero se negó a revelarle quien era su progenitor. Shango se
sentía humillado y pensaba que quizás su padre biológico era un
indeseable pero aún así necesitaba saber quien era realmente para poder
mirar a los demás con la cabeza alta, a pesar de que Obatala se
esforzaba por tratarlo como si fuera su propio hijo. Shango comenzó a
obsesionarse y un día su madre no pudo resistir más y le confesó la
verdad.
Shango se alegró mucho con la noticia ya
que Aggayu era el poderoso orisha de los volcanes y a pesar de que
Yemmu trató de disuadirlo, Shango decidió salir a buscarlo para
comunicarle que era su hijo. Shango empezó a buscarlo con determinación
pero había pasado mucho tiempo y Aggayu ya no estaba en el trasbordador y
nadie sabía donde se encontraba. Después de varios meses, un día de
pronto, Shango vio un volcán y supo que su padre estaba allí. Se acercó y
vio a un hombre fundiendo piedras. Aggayu miró al joven y le resultó
vagamente familiar. Shango se dirigió a él y le preguntó si era el
orisha Aggayu, a lo que éste le respondió afirmativamente. A pesar de
que estaba intimidado por la presencia del orisha, Shango le dijo: “soy
tu hijo, Shango, y mi madre es Yemmu, la esposa de Obatala”.
Aggayu recordó su encuentro amoroso con
Yemmu y se dio cuenta de que Shango le recordaba a su madre. Estaba
orgulloso de tener un hijo tan atractivo y fuerte pero al mismo tiempo
pensó que si admitía ser su padre, debería hacer frente a la traición a
Obatala, que era el jefe de todos los orishas y eso podría traerle
graves problemas. Aggayu era valiente pero no deseaba enfrentarse a los
demás orishas por lo que decidió negar su paternidad y despacho a Shango
diciéndole que él no era su padre. Shango, humillado y lleno de ira por
el insulto a su madre, se enfrentó a Aggayu y éste le lanzó con su boca
un chorro de lava candente que lo envió al cielo. Olofin, viendo lo que
había ocurrido, se acercó a Shango, lo levantó del suelo y le dio su
bendición, pidiendo que le trajeran ropa para vestirlo ya que sus
vestiduras se habían quemado con la lava que le lanzó Aggayu. Olofin
entendió por qué Shango no había muerto entre las llamas, ya que había
heredado la inmunidad al fuego de su padre Aggayu y decidió
recompensarlo por todos los obstáculos y problemas que había encontrado
en su vida. Olofin estableció que a partir de ese momento, Shango sería
el dueño del fuego, del trueno y de los relámpagos.
Shango no quería regresar junto a su
madre para evitarle la humillación de saber que Aggayu no lo reconocía
como hijo. Entonces Olofin lo envió junto a Yemaya, la orisha de los
mares, que solicitaba tener un hijo desde hacía mucho tiempo. Así,
Shango volvió junto a Yemaya quien se ocupó de él, cuidándolo como a su
propio hijo.
Un día, Shango volvió a tierra firme y
se encontró al gigante Aggayu esperándolo en la playa, quien se acercó a
él para pedirle perdón. Shangó se abrazó a su padre y desde ese día
ambos van siempre juntos. Por eso en la santería, cuando una persona
recibe a Shangó, también debe recibir los secretos de Aggayu y solo
puede recibirse Aggayu a través de su hijo Shango.