Obatala tenía un hijo desobediente y descreído llamado Nifa Funke, que le daba muchos dolores de cabeza. Desde su escondite en las malezas, Elegguá veía como Nifa maltrataba a su padre de palabra y de obra, y decidió darle un escarmiento.
Un día en que Nifa Funke había corrido una distancia larga y estaba muy sudado, se arrimó a un árbol para refrescarse con su sombra. Elegguá sacudió el árbol, del que cayeron muchas hojas y polvo, enfermando a Nifa. Obatala, desesperado, comenzó a llamar en su ayuda a Elegguá.
Oggún, que venía por el camino llevando tres cuchillos, al ver a Obatala desesperado, le rindió Moforibale y le preguntó qué pasaba. Al enterarse, Oggún enseguida llevó a Nifa al río, lo bañó con yerbas y lo restregó con el achó fun fun de su padre. Pero no obstante haberle hecho ebbó, le dijo que debía ir a consultar con Orula. Elegguá, que seguía escondido escuchando, decidió cerrarle todos los caminos. Oggún, Obatala y su hijo se desconcertaron al no encontrar el camino.
Oggún encontró tres pollones y muy astutamente, fingió comerlos. Elegguá, glotón al fin, saltó sobre Oggún, le quitó las aves y se las comió. En ese momento, llegó Obatala y Elegguá, al verlo, se inclinó a sus pies y le rindió Moforibale, diciéndole: "Yo voy a salvar a tu hijo, Babá".
Mandó a regresar al atribulado padre y salió rumbo al Ilé de Orula. Cuando llegó, se escondió y Nifa Funke se pudo consultar por fin con Orula. Este, al tirarle el ékuele, le ordenó limpiarse con tres pollones y yerbas y entregárselos a Elegguá, pues éste lo salvaría de todas sus malas situaciones; respetar al padre y contentar siempre a Elegguá, quien abre y cierra los caminos de los destinos de hombres y orishas y por eso come antes que todos y debe dársele la sangre de los pollones.