Olofin había llamado uno a uno a los babalawos para preguntarles
dos cosas. Como ninguno le había adivinado lo que él quería, los fue
apresando y afirmó que si no eran capaces de adivinar, los iba pasar a
todos por las armas.
El último que mandó a llamar fue a Orula, el que enseguida se puso en marcha, sin saber qué estaba sucediendo.
En
el camino Orula se encontró con una muchacha que estaba cortando leña y
le preguntó cómo se llamaba, a lo que ella le contestó que Iború. La
muchacha le dijo a Orula que lo importante era ver parir la cepa de
plátano. Orula le regaló una adié y owó.
Más adelante
Orula dio con otra muchacha que estaba lavando en el río la que dijo
llamarse Iboyá, y le contó que Olofin tenía presa a mucha gente. Orula
la obsequió con los mismos regalos que a la anterior.
Por
último, Orula encontró en el camino hacia casa de Olofin, a muchacha
llamada Ibochiché y ella le contó que Olofin quería casar a su hija.
También le dio una adié y owo.
Cuando llegó al palacio, Olofin le dijo que lo había llamado para que él le adivinara unas cosas.
–¿Qué tengo en ese cuarto? –preguntó Olofin.
–Tienes una mata de plátano que está pariendo –contestó
–¿Y qué yo quiero que tú me adivines?
–Que quieres casar a tu hija y por no adivinarte tienes prisioneros a mis hijos.
Olofin sorprendido mandó a soltar a los babalawos presos y gratificó a Orula.
Cuando el sabio se iba, Olofin le dijo: “mogdupué”. Y Orula repuso que desde aquel día él prefería que le dijera: “Iború, Iboyá, Ibochiché.”