Yemayá
era la madre de crianza de Shangó. Un día ella fue al fondo del mar
para atender sus asuntos y pasó mucho tiempo sin que nadie la viera.
Yemaya estaba allá en lo hondo ordenando su mundo de caracolas y peces, pero extrañaba la tierra.
Un día oyó de pronto, el sonar de los tambores que llamaban al
wemilere. Entonces sintió un gran deseo de volver al mundo de los
hombres y, vistiendo sus mejores galas de azul, subió a la tierra y fue a
bailar. Se veía tan hermosa que Shangó -Rey De Los Atabales- no la
reconoció y esa noche tocó, cantó y bailó para ella, requiriéndola de
amores.
Yemayá lo escuchó y decidió darle el escarmiento que
se merecía. Con voz dulce lo invitó a visitar su ilé. Shangó, fascinado,
fue con ella y, al llegar a la orilla del mar, se detuvo asustado y
confesó que no sabía nadar, pero Yemayá le aseguró que no tenía nada que
temer. El mozo, cautivado por la belleza de la dueña del mar aceptó
seguirla. En medio del mar, Yemayá saltó del bote y, usando su poder
sobre las aguas, las hizo hervir y las convirtió en remolinos.
Shangó cayó del bote y Yemayá contempló fríamente, sorda a sus súplicas
de ayuda, cómo Shangó luchaba por no ahogarse. Cuando casi estaba a
punto de perecer, ella se elevó por encima de las aguas, se reveló con
toda su grandeza y le dijo: ¡Ahora me conoces.! ¡Respétame! ¡Que
yo soy tu iyare! Shangó, entonces, pidió perdón y ella lo salvó
aquietando las olas del mar.
*******O Mio Yemaya*******